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Durante los últimos seis meses, desde el día 1 de enero hasta el día 30 de junio, he dedicado 260 horas a entrenar para mi objetivo deportivo del año, el Ironman de Vichy (Francia, 28 de agosto de 2016). Resulta una media de 43 horas al mes y unos totales de 164 km nadando, 2.718 km pedaleando y 607 km corriendo. Y se seguirán sumando horas y kilómetros hasta que llegue el «día D».
Debo reconocer que a mis 51 años es la primera vez que me pongo en manos de un entrenador que marca la pauta de los entrenamientos y realiza el seguimiento. El objetivo ironman que persigo, nacido hace poco más de un año, cuando pedí ayuda para aprender a nadar y a montar en bicicleta, me resulta muy ambicioso, de ahí que decidiera comprometerme a seguir un plan de entrenamiento que también ha incluido la pérdida de unos cuantos kilos de peso gracias a un cierto control en la alimentación y nutrición.
Todo ello sin perder el norte, que uno ya tiene cierta edad, ciertas capacidades menguadas y no es un PRO. Además y por encima de todo, con el imperativo de mantener un cierto equilibrio entre deseos y obligaciones, algo extremadamente complicado, tal vez lo más complicado de todo este proceso que estoy viviendo.

Yo tampoco tenía tiempo
Hace poco, alguien me preguntó cuánto tiempo dedicaba a entrenar y se sorprendió ante mi respuesta de más de 40 horas mensuales. Llegó entonces la segunda pregunta: «¿Y de dónde sacas el tiempo?».
La respuesta es fácil, aunque conseguirlo no lo es tanto.
No hay meses de cinco semanas, así que hay que priorizar tareas, organizar mejor la agenda, renunciar a muchas cosas, replantear deberes y obligaciones e incluso sacrificar placeres. Yo tampoco tenía tiempo, pero a la vista está que no era del todo cierto.
El principal escollo para conseguir tiempo es, precisamente, que el tiempo no sea una excusa, una autojustificación que explique a ti mismo y/o a los demás el porqué no de algo.
El segundo escollo es que tu entorno entienda cuál es tu momento, tus necesidades, tus ausencias, tus desconexiones. Tus «nos».
De hecho, en general, el entorno no solo no lo entiende: suele rechazarlo o cuando menos no lo comparte. Es aquello de buscar el porqué de todo (que siempre lo hay), pero con una evidente predisposición a no aceptarlo por sus efectos sobre lo que se espera de ti en otros planos, por ejemplo.

No intentes explicarlo, porque no lo entenderán
Esta es una frase muy usual en el mundo del deporte de alto compromiso, y también en otros mundos donde el alto compromiso esté presente: cualquier nuevo proyecto empresarial, cualquier cambio personal, cualquier unión a algo, cualquier cosa cuyo inicio radique en un sincero, decidido, pasional e ilusionante “quiero hacerlo”. Quien no entiende, no comparte. Quien no comparte, no acepta. Quien no acepta, niega.
En mi caso personal, he tenido suerte. Algunos de mis entornos lo han entendido. Por supuesto, el entorno deportivo. También el profesional más «próximo». Y sobre todo el más importante y fundamental para mi, el de mi pareja y por extensión el de mis hijos.
No siempre, en otros tiempos y proyectos, habían existido estas complicidades, pero en esta ocasión mi pareja comparte el mismo proyecto y objetivo. Gracias a ello, las cosas están resultando mucho más fáciles, además de agradables y motivadoras. Este definir un proyecto común y la complicidad de trabajarlo juntos nos permite sobrellevar estos meses sin las tiranteces que en cualquier otra situación podrían provocar “tantas horas” de dedicación a entrenar alejado de la familia.
Tengo mucha suerte. Es una situación poco común. Lo normal es saber de parejas que han llevado mal estas situaciones, que recordemos duran meses. Mi propia experiencia confirma lo dicho…

¿Y cuándo trabajas?
También está el tema del trabajo, que a tenor de sus preguntas parece preocupar a algunos. Soy autónomo. Si no trabajo, si no cumplo mis compromisos, si no doy un poco más de lo esperado…  no como.No hace falta decir nada más.
Para ser sincero, debo reconocer que todo lo que algunos días pierdo en estado físico por cansancio acumulado o esfuerzo realizado, lo gano en lucidez, serenidad y motivación. ¿Trabajo menos horas? No, las trabajo de forma diferente: por una parte, combino los horarios de entrenamientos (mañana, mediodía o tarde-noche, en ocasiones dobles sesiones) con el trabajo frente al ordenador y las visitas a clientes. Por otra parte, no te creerás todo lo que puedes llegar a pensar, desarrollar, solucionar y crear nadando largos en una piscina o corriendo durante horas por el asfalto y los senderos.
También he racionalizado procesos e incluso me replanteo el rendimiento de algunas relaciones. La necesidad de ganar tiempo al tiempo me ha hecho ver cosas que hasta ahora me habían pasado por alto o tenía por normales.

Exprimiendo el reloj
¿A qué, a quién y cuándo resto horas? A los paseos por Berga, al ir de compras, a las cenas y comidas con amigos, a las visitas a familiares, a invitaciones diversas, a la tele, a la lectura, a los sábados y domingos de relax, al club excursionista, al club de triatlón, al club de corredores, a la organización de eventos deportivos, a las excursiones, a cualquier actividad deportiva que no encaje en mi plan de entrenamiento…
¿Y cómo sumo horas? Acostándome más tarde, entrenando a primera y última hora del día, trabajando en lugares y horas inverosímiles (con un ordenador, internet y un móvil no es difícil), aprovechando sábados y domingos para entrenamientos de larga duración, descansando sólo un día por semana (es un decir, porque lo que hago es bajar el tiempo y la intensidad del entrenamiento), olvidando el wellness semanal, alimentándome de forma distinta y con otros hábitos…

Aprovecho para pedir disculpas
Ahora que repaso lo escrito, creo necesario pedir disculpas. Estos meses estoy siendo un poco egoista. Para intentar lograr mi objetivo he dejado de lado a personas y proyectos a las que en otras circunstancias y momentos dedicaría mucha más atención y estima. O dicho de otro modo, les destinaría un TIEMPO ahora imposible. Lo he hecho así antes y volveré a hacerlo así después. Con una diferencia importante: lo que estoy haciendo me está transformando.
Decidí plantearme un proyecto para el que no estaba capacitado. De hecho, hasta que no se demuestre lo contrario sigo sin estarlo. Pero la transformación está en el camino, en el proceso. El cumplimiento o no del objetivo es la parte menos importante, el colofón, el adorno, el punto sobre la «i».
No hay punto sin columna que lo soporte.
Es en el proceso donde cambia el cuerpo y la mente, el pensamiento y la razón. Es en el camino donde aprendemos lo que no sabemos, crecemos con lo que experimentamos y enriquecemos con lo que queda de todo ello en el alma.

Así que, si de verdad quieres, puedes. Al menos intentarlo.

 

Este vídeo explica mucho más que cómo ganar al sprint en una etapa del Tour de Francia. Explica qué es trabajo en equipo y la estrategia a seguir para alcanzar un objetivo común; reparto de responsabilidades; eficiencia y eficacia; aportación individual al equipo; sacrificio personal en pro del objetivo común y superior; distribución de roles; adaptación al cambio; decisiones rápidas; respuesta ágil; optimización de los recursos y el esfuerzo; logro de objetivos; resultados; triunfo basado en el equipo.

(Aquí para verlo en Facebook HQ)

 

Un amigo mío, Joan, acudió la semana pasada al gimnasio de su localidad. Entró en el vestuario y para dejar su ropa de calle eligió una cualquiera de las muchas taquillas disponibles. Cuando abrió la portezuela, descubrió un anillo en el interior. Con cierta sorpresa, extendió lentamente la mano y con delicadeza lo cogió entre sus dedos. Lo miró y sopesó. Era pequeño, pesado, le pareció de oro, del tipo sello. No tardó más de cinco segundos en darse la vuelta, salir del vestuario, bajar las escaleras y entregar el anillo a Merce, la chica de recepción.

– Merce, he encontrado este anillo en la taquilla. Alguien lo ha olvidado y tal vez vuelva y pregunte por él.

– ¡Oh, vaya! Muchas gracias. Aquí lo tendré, guardado por si acaso alguien lo reclama. 
Me cuenta mi amigo que unos días después coincidió de nuevo con Merce, la recepcionista.
– Joan, ¿fuiste tú quien me entrego un anillo, verdad?
-Sí…
– Espera un momento. Tengo una cosa para ti.
Merce se levantó de la silla y desapareció unos instantes. A su vuelta, acercó una bonita bolsa hacia Joan.
– De parte del señor Felip, el propietario del anillo. Me dijo que te entregara este detalle y te diera las gracias por haber encontrado y entregado el anillo. Vino al día siguiente de que tú lo encontraras preguntando si por casualidad había aparecido. Me dijo que no tenía un gran valor económico, pero sí un gran valor sentimental: ¡era el escudo de su familia! Cuando le dije que uno de nuestros socios lo había encontrado y entregado se emocionó y afirmó “todavía hay gente buena”.
Con cierta sorpresa, Joan aceptó el detalle. La bonita bolsa contenía una botella de vino, un buen vino. Preguntó a Merce por el nombre del propietario del anillo. Merce le dijo el nombre, el señor Felip. Joan no lo conocía, pero Merce se comprometió a presentarlos en cuanto coincidieran por el gimnasio.
Cuando aquella noche Joan decidió que ya tenía suficiente dosis de deporte, volvió al vestuario, pasó por la ducha, se vistió, bajó las escaleras y se detuvo cuando paso por delante de la recepción. Miró a Merce y le dijo:

 

– Sabes, igual que el señor Felip se ha sorprendido de que “todavía haya gente buena”, cuando lo veas dile de mi parte que yo también me he sorprendido de dos cosas. 
La primera es que todavía haya gente agradecida, como él. La segunda, que no puedo entender cómo hemos llegado al extremo de que no quedarse con lo que no es de uno o el simple hecho de dar las gracias por algo, nos resulte algo sorprendente y extraordinario. ¿Debería ser lo normal, no?  
Merce, hasta mañana. Buenas noches.
Después de que mi querido Joan me contara esta historia, pensé en cuánta razón tenía. En nuestros días, lo que pareciera normal se ha vuelto extraordinario. Triste, pero real. Pero por suerte, siempre podemos tropezarnos con gente buena y agradecida.

Ayer fui al cine, algo poco habitual en mi. Acudí a ver “La sal de la tierra” después de leer los comentarios de un amigo en Facebook con el que descubro que comparto mucho más que la simple afición a los retos y las distancias (gracias, Jaume Terés ).
“La sal de la tierra” es un repaso a la trayectoria artística de la obra del fotógrafo brasileño Sebastiao Salgado. De hecho, es un repaso en toda regla a la “obra” de la Humanidad. Casi dos horas de una fotografía estática y cinematográfica sublime dirigida por Wim Wenders y Julian Ribeiro Salgado, hijo del propio Sebastiao. La música de Laurent Petitgand pone la guinda a esta cinta de corte documental.
En esta cinta intimista, Salgado narra sus experiencias vitales detrás de la cámara, sus reflexiones, decepciones y ruptura con la Humanidad. Es la historia de un camino, el que recorre el Hombre durante la vida, desde el nacimiento hasta la muerte.
Pero también es un canto a la esperanza, un ejemplo de acción para el cambio, una ventana abierta hacia un horizonte natural armónico.
Poesía visual sobre la Humanidad, su pasado, presente y posible futuro.
No desvelaré nada más.
Después de esta experiencia, espero la llegada a las pantallas de “Vivir sin parar”, otra historia inspiradora y motivadora sobre el mismo camino de la vida hacia la muerte. En esta ocasión el protagonista llena de sentido (¡vida!) las últimas etapas del camino.
Dejó aquí los dos trailers y animo a verlas.
“Torrente 5” puede esperar… Estas dos no, porque no estarán mucho tiempo en el circuito comercial.

Galardones de «La sal de la tierra»:
2014: Festival de Cannes: Premio Especial del Jurado («Un Certain Regard»)
2014: Festival de San Sebastián: Premio del Público

LA SAL DE LA TIERRA
La mayoría de cines la proyectan en VOSE, pero en Barcelona tambén se encuentra doblada al castellano (cine Aribau Club)

VIVIR SIN PARAR

La mente es débil
Después de 21 horas en las que recorrí 92 kilómetros y superé los 10.000 metros de desnivel, falló el músculo más necesario de todos para acabar una prueba tan exigente como la Volta Cerdanya Ultrafons, de 214 km y 20.000 metros de desnivel. Sin excusas: ha fallado la mente.
Aunque todo suma (o en este caso tal vez sería más adecuado decir aunque todo resta), las altas temperaturas del viernes (hasta 32 grados) no pudieron conmigo. Tampoco las largas y silenciosas horas en solitario, ni los kilómetros, ni los desniveles, ni la noche… Pudo conmigo una larga bajada de más de una hora por terreno rocoso, a las cuatro de la madrugada, después de 90 km recorridos, que me hizo pensar más de la cuenta y fue minando mi decisión de llegar a la meta. La mente, mi mente, fue débil y sucumbió a la sugerente tentación de la retirada a mitad de recorrido.
24 horas más tarde, el domingo por la mañana, salí a correr de nuevo por la montaña. Ningún dolor ni sensación de agotamiento físico más allá del normal después del esfuerzo realizado. Sólo rasguños, escoceduras y otros recuerdos estéticos de la batalla librada. Físicamente ningún problema relevante. Estoy bien. Sin embargo… Mi mente no está bien, sigue dolorida.
He empezado la recuperación, la puesta en forma de este músculo escondido capaz de hablarnos para decantar la balanza hacia un lado u otro: he pedido a la organización que me inscriban en la edición 2015 de la Volta Cerdanya Ultrafons 214 km.
Muchas gracias a todas y todos los que me enviasteis muestras de apoyo para superar el reto. Esto sí que suma, y mucho.
Seguimos.
 

Nuestra octava maratón en poco más de tres años, y nuestra tercera participación en la de nuestra ciudad, Barcelona. Este año mi compañera me ha convencido para que sea su liebre en su objetivo de bajar de las 4 horas 30 minutos. Acepto encantado porque convertiré la carrera en un rodaje largo de preparación para mi próximo ultra trail, dentro de tres semanas. Junto a otros 18.000 corredores, cruzamos la línea de salida bajo un atronador “Big Jack”, de AC/DC. El cielo está despejado y la previsión es de calor, uno de los peores enemigos del maratoniano. Hasta la media maratón, km21, estamos dentro de los tiempos de paso previstos. Incluso vamos tres minutos por debajo. Todo apunta a que esta vez logrará cumplir su objetivo.
Hidratación cada cinco kilómetros, un gel energético en el 20, otro en el 30 –seguimos dentro del tiempo previsto-, pasamos el 35 y ¡sólo quedan 7 hasta la meta! Pero justo entonces… empiezan los problemas. La temperatura se dispara. Calor. Me giro, miro su cara y detecto que empieza a sufrir. ¡No es posible! Es verdad que no ha seguido un entrenamiento específico para esta maratón, pero ha llegado fuerte y muy mentalizada. Ha mantenido el ritmo correcto, sin ir por encima de sus posibilidades, y no se ha saltado ningún avituallamiento. Son esos grados de más, que han aumentado la sensación de calor y ahogo, sumados al esfuerzo realizado y cansancio acumulado, los que empiezan a pasarle factura mermando su capacidad y resistencia. Para ella, ahora empieza la verdadera carrera. Como cualquier otro corredor de fondo experimentado, sabe que la maratón empieza en algún punto entre el kilómetro 30 y el 35. Aquí y ahora es donde empieza todo, donde da comienzo la lucha contra el desfallecimiento, el vacío interior y el abandono de las fuerzas. En su mente se está librando una dura batalla contra la vocecita interior que le insiste una y otra vez en que es mejor abandonar. Esa vocecita que ella trata de acallar le repite una y otra vez “qué estás haciendo…, por qué lo haces…, deja de sufrir…, queda demasiado para llegar…, no lo lograrás…, mejor que pares…, ¡detente!, ¡abandona!”. Ella está librando la batalla contra el famoso muro. Lo hará durante seis eternos kilómetros, en un calvario cuyo sufrimiento voluntario es imposible de explicar y mucho menos de entender. Sólo al cruzar la meta tendrá su recompensa, que igualmente es imposible de explicar y de entender. No ha logrado alcanzar su objetivo de crono, pero ha logrado algo mucho más grande: vencer. Sin mediar palabra, llega a la zona de medallas, insinúa una sonrisa y dirige sus pasos y pensamientos hacia la siguiente maratón. Es una maratoniana. Ella es una de las miles de atletas populares que se atrevieron a correr contra sí mismas y ganaron. Y este es un pequeño homenaje a ella y a todas las que como ella vencieron. Porque en las maratones sólo hay vencedores: las que se atrevieron a intentarlo y las que además lograron alcanzar la línea de meta.

Los Ultra Trails o carreras de ultrafondo a pie en un entorno natural empiezan a partir de la distancia Trail (42 km). La International Trail Running Association (ITRA) las clasifica en función del kilometraje: Ultra M (entre 42 y 69 km),Ultra L (entre 70 y 99 km) y Ultra XL (100 km o más). Nombres como Ultra Cavalls del Vent, Transvulcania, Gran Trail de Peñalara o Ehunmilak son algunas de las más conocidas del calendario nacional. El Ultra Trail du Mont Blanc (UTMB) es la “ultra” por excelencia, la más famosa de Europa y una de las más exigentes del mundo. Todas ellas proponen rutas de distancia igual o superior a los 100 kilómetros y desniveles que se cuentan por miles de metros. Contrariamente a lo que puede parecer, los Ultra Trails no son carreras exclusivas para superhombres.
Prueba de ello es que soy corredor de Ultra Trails y nada tengo que ver con los superhombres. Tampoco son pruebas destinadas a gente “un poco loca”. Nada más lejos de la realidad. Cualquier prueba “ultra” supone asumir la existencia de factores y riesgos de diversa índole que hay que valorar, gestionar y resolver antes, durante y después de la competición. Las “ultras” exigen el máximo al cuerpo y a la mente, poniendo en juego nuestra salud, integridad física y, en casos extremos, incluso la vida del corredor. Eso sí, todos los amantes de esta disciplina coincidimos en afirmar que se trata de una experiencia increíble por todo lo que nos reporta, que es mucho y tal vez motivo de un próximo artículo.
Para ponernos en situación, los corredores de élite –el más renombrado en estas latitudes es Kilian Jornet- invierten alrededor de diez horas en un recorrido para el que los corredores del montón invertimos veinte o más. Por poner un ejemplo, los 100 km y 13.000 metros de desnivel total acumulado de la pasada edición de la Ultra Cavalls del Vent ocuparon a Luis Alberto Hernando, primer clasificado masculino, 10h27m. El último clasificado cruzó la línea de llegada en 27h41m, a tan solo diecinueve minutos del cierre de la carrera.
En las distancias ultra, el simple hecho de cruzar la meta es todo un éxito: de los 1.050 corredores que tomaron la salida en Ultra Cavalls del Vent 2013, solo 626 completaron el recorrido. Así pues, menos del 60 por ciento de los atletas alcanzó su objetivo de convertirse en “finishers”. ¿Cómo lo consiguieron? Las claves pueden ser muchas, tantas como “finishers”, pero en un intento de compendiar las fundamentales, se me ocurren las siguientes.

1.- Elige bien tu la carrera.Antes de llegar al “mundo ultra” sería lógico haber seguido una cierta progresión. Esta se inicia con carreras de distancia trail. El siguiente paso nos llevaría a las distancias ultra, siguiendo la progresión M, L y, finalmente, XL. Cada atleta encontrará su distancia justa, aquella en la que disfruta, que no necesariamente será la XL. La distancia y los desniveles ponen a cada uno en su sitio y centran los objetivos a través de la experiencia y las sensaciones percibidas. Por si sirve de inspiración, una de las condiciones que debe cumplir una carrera para despertar mi interés es que debo considerarla un reto improbable pero no imposible. Dicho de otro modo, que mis posibilidades de acabar todo el recorrido dentro del tiempo máximo otorgado por la organización sean del 51%. En el otro extremo, si las probabilidades son del 100%, la cosa ya no me motiva tanto.

2.- Entrena el cuerpo y sobre todo la mente.Acabar una “ultra” es más cuestión de mente que de cuerpo. El entrenamiento mental es tan necesario como el físico. Si no se producen lesiones o caídas durante la carrera y la preparación física ha sido adecuada al reto, lo que definitivamente nos convertirá en finishers será nuestra capacidad de superar los bajones mentales que se producirán, ineludiblemente, a lo largo de las horas. En esos momentos, cuando lo fácil es tirar la toalla y abandonar, seguir adelante dependerá de nuestra capacidad de automotivarnos, de perseverar en el objetivo, del positivismo con que enfoquemos el momento presente y el futuro inmediato, y de mil y un recursos más, como escuchar una determinada música o elegir la compañía de otro corredor. Tanto es así, que algunos de los mejores entrenamientos que hacemos los “ultras” son aquellos que se encargan de doblegar la mente, como por ejemplo salir a correr cuando no apetece o no estamos motivados para hacerlo porque hace frío, llueve, es de noche o no tenemos compañero con quien compartir entrenamiento. Acostumbrarnos a desoír esa voz interior que nos susurra seguir en el sofá es lo que más tarde, durante la carrera, nos ayudará a seguir adelante. Porque durante la carrera tendremos momentos críticos en los que aparecerá la vocecita. Haber aprendido a desobedecerla marcará la diferencia entre dar un paso más o abandonar.

3.- Establece una estrategia.En mi caso, la carrera se divide en pequeños objetivos. Cada control de paso, punto de vida o avituallamiento es uno de ellos. Mi única preocupación es llegar al siguiente lo antes posible con el mínimo desgaste. La meta es el gran objetivo, pero no se alcanza sin antes superar los subobjetivos. En el caso de carreras muy largas, de más de 100 km, divido la carrera en tramos de menor kilometraje a modo de submetas, transformando lo aparentemente inasequible en asequible. Una vez alcanzada cada submeta valoro mi estado y lo que necesito para seguir hasta la siguiente submeta (líquidos, sólidos, curas…).


4.- Estudia la carrera.La ventaja de saber a lo que te enfrentas permite prever y planificar acciones y tomar decisiones en función de lo que tienes delante. En este sentido, es importante atender a la información técnica que ofrecen los organizadores: altimetría, topografía, puntos de control, puntos de descanso… Un “viaje” por la ruta a vista de pájaro con Google Earth ayuda mucho, aunque nada mejor que pisar el terreno durante los días previos a la competición. Todo esto nos ayudará a gestionar nuestras fuerzas, administrar la ingesta de alimentos, líquidos y suplementos (geles, barritas energéticas…) o decidir qué equipamiento necesitaremos llevar encima en todo momento.

5.- Elige bien la compañía.Muchas veces participamos en equipo. Otras veces solos, aunque acabaremos compartiendo kilómetros y horas con este o aquel corredor, que alcanzamos o nos alcanza. En cualquiera de los dos casos, elegir bien al compañero o compañeros de viaje es fundamental para lograr el objetivo de cruzar la meta. Hay personas que suman y otras que restan capacidades al equipo. Las primeras apuntan hacia adelante con optimismo y cuesta que se rindan; las segundas lo hacen con pesimismo y suelen rendirse a la primera de cambio. Acabar depende sólo de uno mismo y sus circunstancias… Entre esas circunstancias está el carácter de tu compañero.

6.- No viene de cinco minutos. Si no eres de los que aspiran a pódium ni eres un tipo súper competitivo, entenderás que, en general, en el mundo “ultra” no existan los segundos ni los minutos. Hablamos de horas y cuartos de hora. A lo sumo redondeamos de cinco en cinco los minutos. El reto no es otro que aguantar y llegar dentro del tiempo máximo que indica la organización. Si se hace con un crono u otro es secundario para la mayoría de participantes, porque esa inmensa mayoría tiene como ambicioso objetivo el simple hecho de cruzar la meta. Eso no quita que lo intentemos en el menor tiempo posible, pero anteponiendo el “objetivo supremo” de acabar. Son muchos los que anteponen el crono, algo muy respetable pero tal vez poco práctico en vista del volumen de lesiones por roturas musculares o caídas accidentales que provoca este planteamiento . Pero para gustos no hay nada escrito.


7.- Escucha a tu cuerpo.Antes decíamos que hay que desoír los susurros de la mente. Con el cuerpo es muy sano hacer todo lo contrario: escucharlo atentamente y hacerle caso. Cualquier pequeña molestia acaba convirtiéndose en motivo de un potencial de abandono. Desde una simple piedrecita en el interior de la zapatilla hasta un ligero dolor muscular, desde el roce de la camiseta en los pezones hasta una mala protección solar sobre la piel, desde la sensación de sed hasta la sensación de frío… El cuerpo siempre avisa antes de “romperse”. Si atendemos al aviso, casi siempre podremos poner remedio y retomar la marcha. Hipotermias, golpes de calor, lesiones musculares o “pájaras” son algunos ejemplos resultantes de desoír lo que nos dice el cuerpo. En todos estos casos, como en otros, las consecuencias pueden ser nefastas e incluso funestas.

8.- Come, bebe, descansa, duerme.Cada uno sabe qué, cuándo, cuánto y cómo debe nutrirse, hidratarse y recuperarse. O al menos debería saberlo quien se enfrenta a una “ultra”. Entre otras cosas, porque es imprescindible para que el cuerpo y la mente resistan. Comer, beber y descansar, incluso dormir, forman parte de la estrategia de carrera, por eso hay que planificarlo antes del inicio y cumplir el plan a rajatabla. Hay muchas teorías de cómo hacerlo, pero cada maestrillo tiene su librillo: comer cada hora u hora y media, hidratarse cada veinte minutos, dormir unas horas o unos minutos (en distancias superiores a 150 km es normal e incluso necesario hacerlo para los “ultras” normales), etc. El qué cada cual debe experimentarlo previamente. Hay quien tira de pequeños bocadillos de crema de cacao, o de fruta, o de geles y barritas energéticas, de bebidas isotónicas, de bebidas de alto contenido en azúcares… Generalmente utilizamos una mezcla de todo lo anterior y más que nos reponga todos los nutrientes, sales, azúcares y minerales que vamos perdiendo. Importante no experimentar con ningún producto (sólido o líquido) el mismo día de la competición. Hay que haberlo probado antes en condiciones similares de uso para saber si nos sienta bien o no. Las pruebas el mismo día de la carrera suelen pagarse con mareos, vómitos, descomposición y retirada. Punto y aparte son los premios. Sí, pequeños caprichos en forma de caramelos, chocolatinas o cualquier otro producto alimenticio cuya función no es tanto alimentar el cuerpo como el de alimentar la mente. Saber que en el siguiente control o avituallamiento te vas a “premiar” con aquello que tanto te gusta es un aliciente para llegar al punto y un revitalizador para salir contento hacia el siguiente.

9.- Diviértete mientras sufres.Parece mentira que alguien pueda disfrutar subiendo y bajando montañas a ritmo durante 10, 15, 20 o 56 horas. Pero es así, si no, no lo haríamos. ¿Sufrimos? Por supuesto. Un famoso corredor americano afirma que a lo largo de las horas, en este tipo de pruebas se muere varias veces y se resucita otras tantas. De hecho, se resucita siempre una más que se muere… Forma parte del juego saber que vas “a morir” una y otra vez, pero al mismo tiempo tener la certeza de que es una muerte pasajera y que “resucitarás” si aguantas. A lo largo de las horas te preguntas una y otra vez qué estás haciendo, porqué lo estás haciendo, quién te manda a ti meterte en esto… Te duele esto y aquello… Estás muerto de frío cuando hace unas horas andabas agobiado de calor… En fin, que vives en una agonía permanente, pero has aprendido a resistirla y a superarla.

10.- No pienses mucho: siente y emociónate.Las “ultras” son una de esas actividades que aparentemente ni tienen explicación lógica practicarlas, ni tampoco son fáciles de explicar. De hecho, personalmente he desistido de explicar el porqué a según quien. Forman parte de esas experiencias que hay que vivirlas para entenderlas… Y sin pensarlas demasiado… O no las haríamos. Simplemente hay que prepararse. ¡Ah, y dar el primer paso! Esto último es lo único verdaderamente imprescindible para cruzar la línea de meta.

Gracias por leerme.

Dos lecturas recientes, coincidentes en el tiempo y a priori distintas en contenido, la entrevista al alpinista Simone Moro en El País y el artículo del especialista en innovación y RRHH Virgilio Gallardo sobre innovación en www.innovacion.cl, señalan a la actitud de las personas como el principal escollo a salvar cuando se trata de superar miedos, romper inercias y cambiar para avanzar hacia el cambio, el futuro, lo distinto y desconocido. En escenarios bien distintos, la montaña y la empresa, ambos nos están hablando de lo necesario y lo contraproducente para desarrollar la innovación.

Para Moro, la exposición y lo desconocido o misterioso son aspectos que definen el concepto de aventura, pues entiende que la aventura está íntimamente unida a lo que denominamos exploración, algo que tiene lugar con independencia del éxito final.

Moro centra el éxito en el proceso, de ahí su afirmación: “no existe el fracaso en la montaña. Cualquier paso, por pequeño que sea, adentrándote en un terreno natural con el que has soñado es ya en sí un éxito. Si esos pequeños pasos te llevan hasta la cima y a alcanzar tus sueños, entonces todo ello supone un logro aún mayor”.
Sabemos que Moro es un experto y reconocido alpinista, con grandes logros himaláicos invernales, pero si sus palabras estuvieran en boca de un directivo empresarial inmerso en procesos de innovación, ¿aceptaríamos que “una exploración (de nuevos mercados, modelos organizativos, tecnologías o sistemas de producción, por ejemplo) tiene lugar tanto si es exitosa como si no, ya que explorar algo implica intentar alcanzar una región –física y mentalmente- que hasta entonces estaba inexplorada, por lo que cada paso que se da es ya un éxito?” Posiblemente y si uno es sincero consigo mismo, en este instante muchos deberían estar negando con la cabeza.
Exponerse al riesgo (de cualquier tipo), adentrarse en lo desconocido (superar el miedo), explorar nuevas regiones (internas y externas) y aceptar como éxito un solo paso (celebrar el pequeño avance hacia el objetivo final) es una aventura que pocos aceptan, especialmente en entornos poco propicios al cambio y a la innovación. En la montaña y en la empresa.
En general, las personas y las organizaciones tienden a todo lo contrario, y aquí es donde introduzco a Virgilio Gallardo, que sobre la actitud necesaria de las personas y las organizaciones para innovar (aventurarse) en entornos poco propicios escribe: “innovar en empresas con culturas poco innovadoras no requiere trabajadores (…), requiere héroes. En estas empresas innovar, además de conocimiento y estrategia, requiere enormes dosis de coraje, pues la innovación a menudo es percibida como deslealtad organizativa y los infractores son castigados en función del grado de complot e injuria. Las culturas no innovadoras no solo dificultan la tarea de los intraemprendedores, sino que no permiten que se desarrollen nuevas ideas ni que estas se conviertan en proyectos.”
Así pues, el innovador (un héroe en entornos involucionistas) es aquel que sale de su zona de confort, rompe inercias, cambia hábitos, desoye a la normalidad (¿mediocridad?), busca donde nadie busca para encontrar lo que tal vez antes nadie buscó, con independencia de encontrarlo o no… Y además contiene grandes dosis de perseverancia, coherencia, paciencia, responsabilidad y visión. Por el contrario, muestra poca disposición para aceptar el ordeno, mando y controlo, un modelo nefasto de falso liderazgo que “elimina la responsabilidad, la iniciativa y muchos aliados básicos de la innovación”.
En este punto, volvemos a centrar el tema en la actitud de las personas. Hemos definido al innovador. Ahora toca definir a quien tiene la capacidad de cultivarlo y hacerlo crecer, aquel “líder organizativo” que es consciente de que el principal freno de la innovación de muchas empresas se llama liderazgo (¡él mismo!). Sin liderazgo transformador la innovación no es posible. Así pues, es el propio líder, con su actitud y aptitud, del que depende en gran medida la capacidad innovadora de su equipo y de su organización. La innovación no se puede imponer, es un proceso que debería impulsarse desde un liderazgo en las antípodas del modelo de ordeno, mando y controlo. Se trata de un modelo capaz de desarrollar la innovación potenciando emociones, ideas y conocimientos de forma colectiva y gestionando el talento de una forma diferente. Lo que Gallardo define como liderazgo transformador.
Acabo con dos citas más:
– Gallardo: “El arte de reinventarse y aprender consiste en saber destruir los hábitos organizativos que nos esclavizan y crear los hábitos que nos permiten avanzar”.
– Moro: “He confirmado una vez más que el mayor peligro de este planeta está personificado en la figura de los seres humanos, en la gente… Mucho más peligrosos que las avalanchas, las tormentas, los terremotos… El ser humano es el mayor peligro para el propio ser humano.”
Virgilio Gallardo es especialista en innovación empresarial a partir de las personas.

Simone Moro es alpinista de élite y piloto de helicópteros en altura.