La tentación de “no moverse” es cada día mayor para muchos directivos. La delicada y compleja situación actual tienta a muchos de ellos, especialmente a los confundidos o indecisos, a adoptar la estrategia del inmovilismo, inconscientes (o no) de los riesgos intrínsecos y las consecuencias a medio plazo que esa decisión tendrá para sus organizaciones.
Muchos dirán que sin moverse ni hacer ruido han conseguido superar un año más de esta salvaje crisis. Si están ahí, es cierto y evidente que no se les puede negar cierto éxito en su estrategia de supervivencia. Sin embargo, se hace difícil pensar que a estos aparentemente satisfechos supervivientes se les escape que la situación de debilidad y desgaste que lleva implícita una estrategia de inmovilismo sólo puede garantizar la presencia en el mercado en el muy corto plazo (seguir leyendo >>>).
De forma consciente o inconsciente, estas empresas asumen un riesgo extraordinario con su decisión de “no moverse” de y en su zona de confort: el de ser movidos por el entorno, es decir, las circunstancias que las rodean, los competidores o ambas cosas a la vez. Porque cerca de esta estrategia empresarial del inmovilismo –que por mala que sea lo es-, existen otras, seguramente en menor número pero cercanas, basadas en el movimiento. Las aplican aquellas compañías que se mueven.
Ellas ponen en práctica políticas a medio y largo plazo desde una clara visión y una definida misión, que guía y dirige sus pasos, por tanto otorga sentido e impulso que se transforma en movimiento, en avance hacia el futuro. Dependen de ellas mismas, señalan su futuro ideal y empiezan a moverse hacia él acompañadas de la virtud de la adaptación, la flexibilidad y la rapidez de cambio.
Se trata de compañías dirigidas a la construcción de fundamentos sólidos y adaptados, capaces de adentrase en el mañana (de hecho, su propio mañana), cuyo movimiento natural desplazará y hundirá más temprano que tarde a las compañías que a su alrededor sencillamente aspiren a mantenerse inamovibles, flotando.
Haciendo un símil marinero, las compañías que esperan inmóviles que pase la tormenta, cuando la que tenemos encima es la tormenta perfecta, arriesgan mucho más de lo que creen y, por supuesto, mucho más que las que se mueven. En su espera, en posición de flotación, dejándose llevar por los vaivenes del mar, con la máxima aspiración puesta en respirar, no se dan cuenta que alrededor todo se mueve y que en cualquier momento ese movimiento ajeno acabará por ahogarlas.
Eso sí, descansadas y sin apenas darse cuenta del proceso de su propia muerte.
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Gracias por leerme.
Lluís Lleida Feixas
Estrategia y creatividad para la dirección de proyectos de comunicación y coaching.
Producción de textos de marca.
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