Desde la Creu de Gurb

21 km i 1600 metros de desnivel acumulados a partes iguales entre positivos y negativos. A ritmo de Àngels, 3h03m. Bonita. Con nivel (primer clasificado 1h27h). Perfectamente marcada. Camiseta y butifarra. Por si alguien se pregunta, como lo hice yo, cuál es la «muntanya» de la carrera en plena plana de Vic, ésta no es otra que la Creu de Gurb, de 842 m.Se sube dos veces, una por la cara boscosa y otra por la empinadísima ladera seca.
Coincidimos con Coque y Marc. Después, comilona con ellos, Montse y Quim, todos ellos del equipo catalán del Elbrus. Nos emplazamos para correr la Media de Montaña de Sant Llorens.

Rusia. República Kabardino-Balkaria. Cáucaso Norte. Cumbre oeste del volcán Elbrus. 5.642 metros de altitud. -2º C de temperatura y 0 Km/h de velocidad del viento. Son las 10.30 h del 8 de agosto de 2010 y el cielo luce claro y despejado. Una mañana radiante. Una jornada inolvidable.

El Elbrus me lo puso fácil. Con una casuística absolutamente excepcional, sin frío y sin viento, alcanzar el techo de Europa se convirtió en un reto largo para la mente y ligeramente inclinado para el cuerpo. Por eso, estos días, ya de vuelta en casa y respondiendo a quien me ha preguntado, he asegurado que para ascender esta montaña he tirado más de la cabeza que de las piernas. Hay montañas que se logran hollar así. Si te apetece leer cinco minutos te lo explico.

Oscuridad
Días antes de pisar el Elbrus, desde el monte Cheget, situado justo enfrente, al otro lado del valle de Baksan, pude ver las dimensiones descomunales del volcán y la primera parte del recorrido desde Barrels hasta el primer giro, el que conduce al collado que separa las dos cumbres del Elbrus. Fue ante esta visión cuando algo en mi interior me dijo que alcanzar mi objetivo dependería más de mis decisiones sobre el terreno y de la voluntad que pusiera en el empeño, y no tanto de mi estado físico, que para esta ocasión no era excepcional, más bien al contrario. Y así fue.
Inicié el ascenso poco antes de las cinco de la mañana desde más abajo de Pastukova Rocks, rompiendo la oscuridad de la noche con el haz blanco de luz que surgía de mi potente frontal. Poco frío, puede que -5º C. Ya en ese punto, a unos 4.500 metros de altitud, los acelerados latidos de mi corazón y la realidad de una menor cantidad de oxígeno en mis pulmones se encargaban de recordarme constantemente que estaba moviéndome a una altura a la que mi cuerpo no estaba acostumbrado. No hubo días para aclimatar suficiente y tenía por delante algo más de 1.100 metros de desnivel positivo y entre cinco y seis horas para superarlos, según mis cálculos. Luego vendría el descenso de ese mismo desnivel, que esperaba superar en menos de dos horas. Por tanto, la estrategia pasaba por adoptar una postura conservadora y sobre todo humilde y respetuosa con lo que tenía por delante.
Durante los dos primeros tramos antes de dirigirme hacia el collado, la ruta seguía una línea recta tediosa, monótona y eterna hasta una diagonal igualmente tediosa, monótona y eterna. Visto desde el Cheget, este trayecto tomaba la forma de las manecillas de un reloj marcando las seis menos diez. Me enfrenté a sus rampas contando pasos y no pensando en nada más que en no perder la cuenta. Me impuse seguir el ritmo del grupo, de cuatrocientos pasos y pausa para regular los ritmos respiratorios y cardíacos antes de enfrentarme a los cuatrocientos siguientes.

Luz
A las cinco y media pasadas, el alba. Los primeros rayos del sol brillaron a mi derecha. Instintivamente giré la cabeza a la izquierda y, sí, allí estaba la sombra del Elbrus proyectada sobre el horizonte cubriendo valles y picos cercanos. El momento del amanecer, cuando nacen los colores y el calor, siempre tiene una magia especial que todos los montañeros gustamos de contemplar, sentir y sobre todo vivir. Al abandonar la oscuridad dejamos atrás los fantasmas y con ellos buena parte de los miedos. La luz y el calor despiertan la alegría y el optimismo y aportan una energía revitalizadora al cuerpo.
Así, con este nuevo despertar, superaba a buen ritmo los 5.000 metros. Al superar la imaginaria curva de nivel de los 5.000 parece que cuesta más dar cada nuevo paso, que debes luchar más por avanzar cada metro. También es cierto y alentador que al sobrepasarla me acercaba cada vez más a mi objetivo. Fue entonces cuando decidí que sería mejor cambiar el ritmo de marcha y moderarme, aunque eso suponía descolgarme de algunos de mis compañeros de ascensión y dejar que poco a poco se fueran alejando de mí. Por detrás, calculé que a unos quince minutos, venían el resto de compañeros. Entre unos y otros, yo, solo con mis pensamientos sólo llenos de pasos.
Seguí avanzando tranquilo, buscando la conciencia para cada uno de mis movimientos. Poco a poco fui bajando la cadencia. De cuatrocientos a trescientos. De trescientos a doscientos. De doscientos a cien. Finalmente, arrítmico perdido por la inclinación y los efectos de la altura en mi organismo.
Ante tal descontrol, adopté una segunda decisión. Cambié de estrategia para impedir que fueran las necesidades del cuerpo las que mandaran sobre las necesidades de la voluntad, enfocada al objetivo y no al sufrimiento, el dolor o el cansancio. Frente a la anarquía que reinaba en aquel momento, me fijé un ritmo más lento y una cadencia más cómoda: cuarenta y dos pasos. Ni cuarenta ni cincuenta, cuarenta y dos justos, uno por cada kilómetro que se corre en la maratón y por aquello de buscar la justificación al siguiente micro objetivo que te has marcado, aquel que encadenado a otros micro objetivos te ayuda a avanzar un trecho y otro y otro…
Este ritmo pausado no frenó el adelantamiento de componentes de otras expediciones que iban más despacio, que necesitaban realizar un mayor número de paradas o que, sencillamente, llenaban de más tiempo sus descansos. En uno de estos adelantamientos, a mi paso y sin mediar palabra, un desconocido me ofreció té caliente del cazo del que estaba bebiendo. Acepté y agradecí la invitación con una sonrisa y alguna expresión en inglés que no soy capaz de recordar. Lo que nunca olvidaré fue el gesto que tuvo aquel montañero anónimo, un gesto sincero, sencillo y amable difícil de encontrar en cualquier otro lugar que no sea una montaña… Bueno, y aún en la montaña también empieza a serlo…

Fuerza
Superada la diagonal me dispuse a recorrer el tercer tramo, una nueva diagonal en ligero descenso que conduce al collado que separa las cumbres este y oeste del Elbrus. Aunque me encontraba físicamente bien, a más de 5.000 metros mi mente empezaba a funcionar diferente, más lenta e imprecisa, de ahí mi dificultad para determinar la longitud de este tramo. Podrían ser unos 300 metros.
El transitar por ellos resultó perfecto para inyectar moral después de tanto subir y subir sin una sola repisa plana. Al llegar al collado descargué la mochila de mi espalda, puse la chaqueta de Gore sobre la nieve y me senté encima de ella. ¡Había llegado el momento de descansar y alimentar el cuerpo!
No tenía hambre, pero para seguir avanzando con garantías y alejar cualquier sombra de “pájara” tenía que reponer el combustible consumido. Me hice con un par de galletas que me obligué a tragar. El agua me ayudó a conseguirlo. Sabía fatal, era malísima. Procedía de la nieve del glaciar, que una vez fundida y hervida sabía a no-sé-qué. Sospecho que tan mal sabor era consecuencia directa de las pérdidas de aceite y gasóleo de las Retrak, las quitanieves y transportes orugas que se mueven por la zona de Barrels. Ni siquiera las pastillas que utilizo para enriquecer con sales y minerales el “vacío” del agua de glaciar podía enmascarar el asqueroso sabor. Hasta tal punto me repugnaba esa mezcla que en un intento desesperado por mejorarla decidí añadirle otro líquido que también me resultaba repugnante, aunque menos. Era el zumo de cereza que la cocinera de Barrels nos había dado. Pero ni por estas. Seguí con la sensación de hidratarme con sucedáneo de petróleo.
Una vez nutrido e hidratado por obligación, seguí un tiempo más sentado, escuchándome. Nada protestaba en mi interior. Tampoco en mi exterior. La conclusión fue rápida: estaba bien y, por tanto, confiado de superar lo que quedaba por delante. La decisión de marcar mi propio ritmo fue un acierto para llegar al collado con tan buenas sensaciones. Estaba sólo a unos 300 metros de desnivel de la cumbre. Dicho de otro modo, a menos de dos horas de ver un buen pedazo de Europa desde arriba. Tenía la moral alta.

Intensidad
Tal vez por tal cúmulo de buenas sensaciones sentí de nuevo un momento mágico. Miré a mi alrededor y pensé en la suerte que tenía de estar donde estaba y de vivir lo que vivía. Recuerdo que elevé un pensamiento de agradecimiento a la montaña por lo bien que me estaba tratando hasta entonces y le pedí unas horas más de aquella paz.
Antes de empezar esta aventura, cuando sólo alcanzaba a imaginar lo que sería, temía a los vientos casi permanentes que azotan las laderas y cumbres del Elbrus. El extinto volcán se encuentra aislado del resto de montañas cercanas y unos mil metros por encima de todas ellas, por eso siempre está barrido por fuertes vientos que hacen bajar muchísimo la sensación térmica y convierten la nieve en peligroso hielo. Pero aquel 8 de agosto era una excepción, como también lo fueron los seis días anteriores. Sin embargo para el 9 y 10 se esperaba un cambio radical de tiempo, un frente tormentoso… No nos pillaría.
Puesto en pie, estudié el largo flanqueo en diagonal ascendente que tenía ante mí. La cumbre no se veía desde el collado, quedaba escondida, pero podía sentirla muy muy cerca.
Transcurridos unos diez minutos, quizás quince -el tiempo aquí tiene algo de relativo-, recogí los bártulos y respiré todo lo profundamente que pude antes de reiniciar la marcha. Fueron pocos pasos, pues me encontré de frente con Pepa y Andrés, los primeros del equipo en hacer cumbre y también en iniciar el descenso. Primeros besos, abrazos y felicitaciones. Primeros “ya lo tienes, Lluís”. Sin más demora, ellos siguieron su descenso. Yo seguí mi ascenso.
Con la nieve perfecta y las puntas de los crampones bien clavadas en ella, inicié el último flanqueo importante de la ascensión. También el de mayor inclinación y el más expuesto, aunque sin alarmismos gracias a una nieve poco menos que ideal. A esta altitud y con esta pendiente, mi ritmo era de 25-30 pasos antes de parar, respirar y bajar un poco las pulsaciones y la potencia de cada sístole y diástole de mi corazón. Me acercaba a los 5.400 metros y percibía que muchos de los montañeros que tenía cerca sentían y mostraban los efectos de la altura. Algunos andaban como zombies, extremadamente lentos e incluso tambaleándose. Otros no andaban, sencillamente estaban tumbados, completamente mareados, con náuseas y vómitos. Es la borrachera de la altitud.
Esta escena siempre resulta dura, al menos para unos ojos despiertos y una mente bastante lúcida, como lo estaba aún la mía. ¿Por qué? Porque en otras ocasiones o momentos ellos has sido tú, por eso cuando ves aquellas personas sabes lo que están pasando, lo que sufren en su empeño de ir un poco más arriba, en su voluntad de luchar para seguir y desoír el deseo de retirada…
De repente, mientras intentaba centrarme en dar unos pasos más llegaron más besos, abrazos y felicitaciones. También un “Lluís, está aquí mismo”. Esta vez me reencontraba con Coque, Chiri, Eloy, Montse, Quim y Marc, que ya habían hecho cumbre. Sus pasos eran más ligeros, hacia abajo y con la satisfacción de “haber estado arriba”. A mí aún me tocaba seguir dando un paso tras otro sobre la nieve, pendiente arriba, y con la concentración necesaria para no cometer ningún error, ningún paso en falso…
Pocos metros antes de finalizar el flanqueo y dar el último giro, esta vez a la izquierda, aparecieron Carlos, Nuria y Jacobo. Les grité un “¡Viva Asturias!” al que ellos respondieron contentos con un “¡Y viva Cataluña!”. De nuevo, la emoción del reencuentro y del éxito tomó forma de besos y abrazos emocionados y sinceros.

Miedo
Próximo al cambio de rumbo y a encarar hacia la cumbre, dentro aún de este tramo un pelín expuesto, me fijo en un montañero que desciende. Estaba a unos cinco metros de mi posición. Marchaba solo, al menos en aquel momento, y estaba pasándolo mal, muy mal. Afrontaba el descenso del tramo expuesto con muchos nervios e inseguridad. Su cara era un poema, de terror. Me miró. Le miré. Sus maniobras con los crampones y el piolet eran de tarjeta roja y expulsión. Su miedo, y seguramente inexperiencia, resultaba un peligro para él, pero también para mí. Él bajaba por la misma traza que yo subía. Estábamos a tocar, el uno frente al otro. Si él patinaba yo tenía muchos números de acompañarlo ladera abajo. Intenté calmarlo. Le dije que sus crampones no fallarían, que confiara en el material que llevaba. Le advertí que lo único que podía fallar era él si seguía una técnica de progresión en descenso basada en el miedo. Se inclinaba hacia la montaña… Picaba tres veces seguidas con cada crampón en la nieve… No sabía qué hacer con el piolet… Le molestaba… Buscaba la falsa seguridad de apoyarse en la montaña… Pensé que su pánico podía ser consecuencia de padecer vértigo, porque su rostro reflejaba la existencia de un peligro que yo no alcanzaba a sentir o ver…
Le grité que se fijara en mis botas, en mis pasos. Quise que viera cómo fijaba todas las puntas de los crampones en la nieve sin necesidad de golpear una y otra vez sobre ella. Me pareció que atendía. “Slowly, please, slowly”, le dije al llegar hasta él. Le puse mi mano enguantada sobre el hombro en un intento de transmitirle mayor confianza y tranquilidad. Entonces iniciamos un descenso de dos o tres metros, acompañándole y guiándole desde atrás. Me pareció que conseguía que adoptara una postura más eficiente y segura para descender, pero no podía acompañarlo más, así que golpeé suavemente sus hombros para que girara su cabeza y mirándole a los ojos –no llevaba gafas de sol- le repetí que fuera lento y tranquilo, sin prisas. Otro golpe con mi mano derecha en su mochila fue mi señal de despedida, mientras con la izquierda le señalaba el camino. Levanté el pulgar inquiriéndole un “It’s ok? Are you ready?”. Afirmó con un imperceptible movimiento de cabeza. En todos este tiempo, que no sé cuánto fue, él no soltó palabra. No sé si era ruso o sudafricano, que de los dos había en el campo base.
Le desee suerte, me volví y seguí mi camino.

Lágrimas
A los pocos metros llegué al último giro. Cuando cambié el rumbo pude ver a lo lejos la cumbre. Ya llegaba, pero antes tenía que cruzar un espacio de suaves ondulaciones que por su parecido me trajeron a la memoria los últimos metros del Kilimanjaro.
Iba muy lento, pero delante de mí veía a un par de personajes que no sólo iban aún más lentos sino que además lo hacían tambaleándose, casi al unísono. Eran dos armarios roperos. En aquel momento pensé “Seguro que estos dos grandullones son rusos. Cuando te acerques a ellos pásalos deprisa, no sea que se te derrumben encima…”. Y así lo hice. Los pasé lo más rápido que pude y ya nadie ni nada me separa de aquel pequeño montículo que se alzaba delante, con una bandera indicando el final del trayecto.
Estaba eufórico, pero los 5.630 metros en los que me encontraba me impidieron alcanzar la cumbre tan rápido como yo deseaba. Faltaban sólo doce metros de desnivel y no podía más que andar 20 pasos antes de pararme en mitad de la última rampa, de unos veinte o veinticinco metros de longitud. Miré la bandera rusa, que con la ausencia de viento estaba inanimada, y al grupito de montañeros felices que disfrutaban de su cumbre. Ante la escena y mi situación, dije para mis adentros: “Hay que joderse que no hayas podido hacer de un tirón estos últimos metros”. Pero así son las cosas y así ocurren a 5.642 metros, es decir, no como uno quiere sino como uno puede. Cuerpo y mente llegan a trabajar a velocidades diferentes.
Último esfuerzo, últimos resoplidos y cumbre. Ya está. Hecho. Miré y admiré lo que había a mi alrededor y por debajo de mí. Di una vuelta de 360 grados con la cámara de fotos en posición vídeo y disfruté de un horizonte infinito. Estaba 1.000 metros por encima de todas las montañas que había alrededor. La sensación era fantástica… Hasta que llegaron las náuseas. Me tumbé justo al lado de la bandera rusa y vomité por dos veces. Mi cuerpo respondía así a lo que le había exigido y a la altitud a la que lo tenía expuesto. Lo mismo ocurrió en el Kili. Ahora sé que por encima de los 5.600 metros de altitud y a los pocos minutos de cesar la actividad, mi metabolismo tiene esta reacción. Dos sacudidas y como nuevo. Pedí a un ruso de los cinco o seis que había allí en aquel momento que me hiciera unas cuantas fotografías. El hombre encantado y yo aún más.
Había ocupado unas cinco horas y media de mi vida en llegar hasta la cima del Elbrus para estar poco más de cinco minutos disfrutándolo e iniciar el descenso. En el tramo más plano, justo al descender del montículo que es la cumbre, no pude reprimir un par de gritos y cuatro lágrimas. Me sentía sólo. Tremendamente solo. A ella la tenía muy lejos y me hubiera gustado tenerla allí, conmigo, como siempre.

Despedida
Desahogado de la emoción que sentía, volví a centrarme en lo que debía hacer. Ahora tocaba descender. Y eso requiere una atención mayor si cabe que la puesta durante el ascenso, más aún cuando el tramo de salida era aquel que exigía cierta precaución. Sin problema.
A escasos metros del collado me crucé con Javi y Leo, los dos compañeros que cerraban el grupo. Entonces fui yo quien animó a un último esfuerzo para alcanzar la cumbre y también fui yo quien recibió sus abrazos y felicitaciones por haberla hollado ya.
Ya de vuelta, iba pensando lo mucho que había disfrutado durante la ascensión y lo mucho que lo hacía en el descenso. Había acertado en marcar mi propio ritmo y también en la música que había elegido como banda sonora de mi soledad. Durante algunos tramos fui escuchando una lista de temas que había preparado en casa, una selección de canciones y músicas con ritmo, alegres y que personalmente me aportaban un alto grado de motivación y entusiasmo. Estos mismos temas ahora están irremediablemente asociados para siempre a mis recuerdos del Elbrus. Han sido la banda sonora de unos momentos muy especiales.
Convertí el descenso en un tiempo de placer, en un pequeño regalo. Como había conseguido subir sin agotar las fuerzas, bajé contento, mirando hacia aquí y hacia allí, parando a disparar algunas fotos… Además, bajo un cielo tranquilo, limpio y claro absolutamente increíble, tan perfecto que aquí resultaba imperfecto.
Después de un último flanqueo divisé las rocas Pastukova, abajo, a lo lejos. Aún tardaría en llegar unos veinte o treinta minutos, así que en total tardaría en completar el descenso más o menos una hora cuarenta o cuarenta y cinco minutos.
Uno de los grupitos de personas diminutas que alcanzan a ver mis ojos eran mis compañeros esperando el reagrupamiento. Andaba relajado, casi dejándome ir, escuchando y tarareando “When Love Takes Over” de David Guetta. Era y me sentía feliz.
A mi alrededor, algunos montañeros. Unos subían. Otros bajaban. Unos me adelantaban. A otros los adelantaba yo. Entre estos últimos encontré una cara conocida. Era el ruso o sudafricano al que había intentado ayudar. Pasé cerca de él. Iba concentrado, sin levantar la mirada del suelo. De hecho, creo que no mira nada, que no veía nada. A mi tampoco, claro. Me fijé en su cara y ya no hablaba de miedo. Su nueva expresión era la de aquel que se ha convencido de no volver jamás a una gran montaña. Ingenuo, no sabe que quien decide no es él, son ellas, las montañas. Ellas le han hablado, le han advertido y le han enseñado. Cuando sea consciente del mensaje sentirá de nuevo su llamada. Y mi amigo ruso o sudafricano acudirá a la cita. Estoy seguro.
Volví la mirada al frente, respiré profundamente y sonreí. Yo también quedaba a la espera de sentir la llamada. La de una nueva gran montaña. Me pregunto cual de ellas será la que me llamará.
Adiós, Elbrus.

Lluís Lleida

Más información, fotos y vídeos en http://www.lluislleidaelbrus2010.wordpress.com/

23 de julio de 2010
La ascensión de los nuevos emprendedores
Tiempo estimado de lectura reflexiva: 2 minutos

Durante las últimas semanas he sumado a los proyectos con empresas y clientes habituales el trabajo con emprendedores y profesionales liberados (como me gusta llamarme y llamarlos, en sustitución de liberales). Este grupo, compuesto por ¡siete! individuos que nada tienen que ver entre sí, están poniendo en marcha cada uno una nueva iniciativa empresarial o un nuevo negocio o buscando un cambio en su imagen y comunicación (significado, posicionamiento y propuesta de valor para el mercado). Llegan a mí en busca de ideas, formas y sobre todo fondos, con ansias de desarrollarse en áreas que no son las suyas pero que reconocen como estratégicas para lanzarse a la vorágine del mercado. Lo primero, pues, es agradecerles la confianza.
En un momento como el actual, encontrarme con personas como estas, capaces de enfrentarse a las dificultades y retarse a sí mismas, es como tomarme un vaso de agua fría y pura en un día de intenso calor.
Porque cuando estoy con ellos no existen ni crisis, ni bancos, ni morosos, ni precios… Sólo existen ideas, fuerza, energía, ilusión, entusiasmo. Para ellos, el futuro es una gran oportunidad, una montaña en el horizonte a la que se enfrentan de cara, con optimismo y perseverancia, aun sabiendo que el camino será largo y cuesta arriba. Muy cuesta arriba.
La suerte de trabajar con ellos es que me transmiten su energía, sus ganas, sus sueños. A cambio, intento acompañarles en su ascensión, explicándoles que la suya, como cualquier otra gran montaña, hay que subirla despacio, paso a paso, respirando, parando y mirando a derecha, izquierda, arriba y abajo en busca del mejor camino y preveer posibles riesgos o peligros.
A muchos de ellos el cuerpo, la mente o el bolsillo les piden correr, subir deprisa. Sin embargo, lo más efectivo suele ser, como casi siempre, encontrar el equilibrio, la velocidad óptima. Porque no hay que olvidar que el objetivo final no es sólo subir o llegar antes, es lograr bajar sano y salvo para seguir subiendo muchas más montañas.
Estos emprendedores que he tenido la suerte de conocer y con los que seguiré trabajando codo con codo a partir de septiembre son grandes montañeros que alcanzarán cualquier cumbre que se propongan, como todos aquellos directivos de empresa que cada mañana se inyectan en vena optimismo y perseverancia para seguir adelante y esquivar la rendición. En el Elbrus me acordaré mucho de todos ellos. Su actitud firme me empujará hacia arriba. Gracias anticipadas por ayudarme.

http://www.lluislleidaelbrus2010.wordpress.com/
Expedición al Elbrus: 1-10 de agosto de 2010.

Gracias por leerrme.

He abierto un blog para recoger lo que da de sí la expedición, el antes y el después,lo real de lo supuesto. Aquí tienes el enlace para acceder: http://lluislleidaelbrus2010.wordpress.com/

Se acerca el día 1 de agosto.
Encaro el último fin de semana de «entrenamiento» para el Elbrus consciente de que mi preparación para tener éxito en este reto es más bien escasa. Este último año he dedicado muy poco tiempo a la montaña y demasiado a correr. Es lo que hay.
El pasado sábado probé la nueva mochila Haglöfs Matrix 60 cargada con 14 kg durante un rápido ascenso de 450 metros positivos y otros tantos negativos de descenso. Me he sentido muy cómodo con ella. Será la que utilizaré para portear de una montaña a otra.
El domingo participé, con Àngels, en la Caminada de Gosol. La hicimos corriendo a excepción de los 500 metros de desnivel de la única y sostenida «cuesta» existente en los 18 km del recorrido.
La semana anterior, el domingo ascenso familiar por el río Mergançol y el sábado 31 km de travessía Borredà – Refugio d’Erols (Pobla de Lillet), con casi 2.000 metros positivos y 1300 negativos. Seis horas de marcha en solitario para entrenar el coco.
La idea para este próximo fin de semana es subir al Puigmal y hacer de ida y vuelta la olla de Núria con el objetivo de permanener entre los 2700 y los 3000 metros el máximo de tiempo posible para que el cuerpo se acostumbre, un poquitín, a la altura. De paso probaré la nueva mochila Millet Pure Lite 24, que utilizaré el día de intento de cumbre en el Elbrus.
Por motivos de trabajo he tenido que abandonar el proyecto de acudir por estas fechas a Sierra Nevada para aclimatar. En este sentido y teniendo en cuenta los pocos días que tenemos para ascender los 5642 metros del Elbrus, seguro que la falta de aclimatación a la altura nos pasará factura.
El pasado viernes tuve la oportunidad de intercambiar opiniones con Miquel Àngel, miembro de la expedición «Lleida al sostre d’Europa 2010» que en mayo pasado coronaron el techo de Europa (la foto de este post es de esta expedición, justo cuando llegaban a la cumbre). Me confirmó que se trata de una montaña «de coco», larga y pesada, donde la climatología tiene un papel clave: el viento y la nieve, junto con la aclimatación, deciden quién sube y quién no. Sobre el tema frío, utilizaron pluma el día de cima. Las comidas, abundantes y más que correctas tanto en Terskol como en Barrels. La información de esta expedición está en: http://www.2010elbrus.blogspot.com/

24-27/06/2010
La ascensión al Bishorn tenía algunas cosillas que la hacían especial. Primera: se trataba del primer 4000 oficial del CAM. Segunda, reunió a un buen número de compañeros y amigos,¡veinte! Tercera, siete de ellos iban a por su primer cuatro mil (aunque algunos habían superado
esta altura en ascensiones a picos más altos de otros puntos del planeta). Cuarta, para algunos significaba revivir la ascensión del año 2002. Quinta, que todos teníamos muchas ganas de Alpes.
Había también mucha motivación, algo que nos hacía falta para encarar
los muchos metros de desnivel que teníamos por delante. En poco más de 4 horas todos habíamos superado los 1.600 metros positivos y 8 km que separan Zinal de la Cabaña Tracuit (3.256 m.s.n.m.). El recorrido es espectacular, con abundante agua procedente de los glaciares, y transcurre entre bosque, prado y desierto alpino. (Fotos Bishorn). (Vídeo Bishorn HD)
Una vez acomodados en Tracuit, teníamos unas cuantas horas de descanso que algunos aprovecharon para echar una cabezadita (la noche anterior habíamos dormido haciendo vivac en el parking de Zinal, junto al ruidoso río y después de doce horas de coche) y otros para comentar la jugada, recordar historias y reír. En el exterior del refugio, el sol nos regaló momentos cálidos admirando la Dent Blanche, el Zinalrothorn, el Weisshorn, los glaciares Moming y Trutmann y las desafiantes puntas y crestas que nos rodeaban.
Sin resultar excelente, la cena fue infinitamente mejor que la que engullimos en el 2002. La sopa de verduras entró muy bien y el pollo al curry con arroz nos llenó. Lo que no ha cambiado en estos años es la antipatía de los guardas (la deben dejar en Zinal para no acarrear peso el día que suben) y el mal servicio: es el único refugio que conocemos en el que no te sirven agua para acompañar las comidas, ni servilletitas de papel para limpiarte. Eso sí, la botella de litro y medio de agua a 7€ y los depósitos de agua cerrados a cal y canto.
Con la panza satisfecha, a dormir hasta las cuatro de la mañana, cuando sonaron los despertadores tras una noche tremendamente calurosa. Seríamos unos treinta y tantos en una misma habitación, con las ventanas cerradas, pues… Suerte que a las dos de la madrugada alguien se decidió a abrir una de ellas y el aire fresco recorrió nuestros cuerpos.
El desayuno siguió la tónica de la cena, sin servilletas, con leche fría, ruegos para que dieran una taza a cada uno y algunas otras penurias. Para colmo, los guardas entienden por media pensión sólo cena y desayuno, ¡el dormir es aparte! Toma atraco.
Al poco rato, hacia las cinco de la mañana, todos fuera del refugio equipándonos entre un grupo de catalanes, otro de rusos (perdón por lo de rusos, pero no recuerdo de qué república exsoviética eran), otro de franceses…
Cerca de las seis, las cinco cordadas del CAM nos pusimos en marcha. Poco a poco, cada una fue cogiendo su propio ritmo. Sin grandes contratiempos, sólo alguna náusea y algún que otro mareo, una tras otra llegamos a la cumbre del Bishorn con una diferencia de unos 20 minutos entre la primera y la última. Son alrededor de las nueve de la mañana.
El itinerario de 4 km discurre por zona glaciar en su totalidad, sin riesgo aparente. Sólo un gran puente de nieve se encargó de recordarnos que bajo nuestros pies no todo es lo que parece.
Los últimos metros hasta la cima exigen cierta atención. Su verticalidad es significativa, pero también una magnífica guinda a la ardua y pesada ascensión, que supera los 900 metros de desnivel en un interminable sube-que-sube.
Fotos, abrazos, risas y un sorbo de cava catalán para celebrar los siete nuevos cuatromilistas y el éxito del grupo con un 20 sobre 20. Media vuelta y a deshacer el camino.
De bajada, cada cordada va a lo suyo. Se amplían las distancias entre cordadas y la llegada al refugio se dilata. Es en este recorrido de vuelta cuando algunos sienten los efectos de la altura, del escaso descanso y del esfuerzo realizado el día anterior. Sin embargo, todos llegamos a buen puerto y dentro de unos tiempos más que razonables. Allí nos espera Isa, que ha venido a los Alpes para acompañarnos y animarnos (y hacer de chófer), aún sabiendo que su ascenso terminaba en el refugio y no más arriba, donde la nieve podría afectar su proceso de curación después de las congelaciones en el Aconcagua. Isa, gracias por todo.
Paulatinamente, después de comentar la experiencia hidratándonos a base de cervezas y colas (de las de beber), empezamos a descender los 1.600 metros hasta Zinal. Una primera parte del recorrido es aún por nieve. De hecho, mucha nieve. Nos hundimos en ella. A veces hasta las ingles. Pero hay ilusión por lo conseguido y ganas de llegar al pueblo, así que paso a paso bajamos, cada uno a su ritmo.
En el parking de Zinal, alrededor de una sandía que sabe a gloria, nos cambiamos de ropa y mientras unos parten dirección Barcelona otros preferimos tomarnos nuestro tiempo para comer algo que valga la pena, visitar el pueblo y realizar algunas compras.
Aunque todos tenemos ganas de volver a casa, también somos conscientes de que estar donde estamos es un privilegio que pocas veces podemos permitirnos. Por eso, en un esfuerzo por llevarnos con nosotros todo aquello que hemos visto, tocado, sentido y vivido, hablamos y hablamos sobre lo hecho en un intento de convertir los últimos minutos antes de lanzarnos a la carretera en los primeros de un gran recuerdo. Porque en el recuerdo quedan los Alpes, el Bishorn, Zinal y, sobre todo, las emociones que experimentamos cada uno de los 20 que allí estuvimos.
Hoy lunes, mientras escribo estas líneas, con las botas recién secas y la mochila guardada hasta la próxima, miro por la ventana y mi pensamiento me lleva muy muy lejos y me hace revivir la emoción contenida de Rafa, la juerga permanente de Toni y Eduard, el ímpetu juvenil de Maio y su tropa, la fortaleza de la familia Granero, la suave y dulce voz de Lluís, el beso de buenas noches de Isa, el saber hacer de Jordi, el optimismo embriagador de Carlos, la independencia de Marta, Oriol y compañía, la sandía más rica del mundo…
Un abrazo a cada uno de vosotros y gracias por las horas que hemos vivido juntos.
Lluís Lleida

Si el 19 de junio te apetece una jornada de trail running, estás invitado. Sólo tienes que entrar en la web del MTMM2010, inscribirte (0€) y enviar tus datos. En la web descubrirás porqué es una Carrera Rústica poco Competitiva. Tienes tres opciones de participación: Corredor, Caminante y Voluntario. Dispones de servicio de vestuario, duchas y guardería (¡gratis!). Opcionalmente, aperitivo y almuerzo.
La distancia a recorrer son 10 km con 500 m de desnivel positivo y 500 m de negativo. Dos horas máximo.
La cita es en Borredà, el próximo sábado 19 de junio. ¿Corres?

Después de probarlas la semana pasada en el Gra de Fajol Gran, he decidido quedarme las Koflach de mi amigo y compañero Maio. Están nuevecitas y nos hemos entendido rápido en el precio.
Como decía, las probé en la salida al Gra de Fajol Gran del día 15 de junio, en unas condiciones de nieve, viento y sensación de frío que ni en pleno invierno (ver vídeo). Esta ascención me fue muy bien como
entrenamiento, pues además de estas condiciones climatológicas sumé el resfriado que me impedía respirar por la nariz. Tardamos cuatro horas y media en ascender y descender los 1.000 metros de desnivel.
Al día siguiente, 15 km de trail running tranquilo (¡tenía las piernas doloridas del Gra!). El resto de las semana, hasta el jueves nada. Ese día salí a rodar una horita, y el viernes un caco de una hora con unos 400 metros de desnivel positivo.
Sábado descanso y domingo tirada de 34 km en solitario desde Borredà hasta el Puig Lluent y vuelta en un recorrido circular en el que acumulé 3200 metros desnivel en 5:45 minutos. Me resultó durillo. Aún no he hecho limpio del resfriado. Y sigo con las piernas doloridas. Me hago mayor.

24 de mayo de 2010
CUATRO DOSIS DE INNOVACIÓN
(Tienpo estimado de lectura reflexiva: 2 minutos)

Primera dosis: ALBA

El pasado sábado tuve la oportunidad de visitar Alba, el Laboratorio de Luz de Sincrotrón recientemente inaugurado en Cerdanyola del Vallès, junto al campus de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB). Con décadas de retraso (en el mundo hay unos 40 sincrotrones más de características similares), Alba será una realidad a pleno rendimiento a muy corto plazo para todos los científicos de instituciones públicas, nacionales y extranjeras. También lo será para las empresas privadas, aunque pasando por taquilla.
Durante la visita, un técnico nos explicó llanamente qué es y cuáles son las posibilidades y beneficios de la Luz de Sincrotón. No me atreveré a pegarte semejante rollo aquí. Sólo me quedo con un concepto al que apoya Alba: INNOVACIÓN.

Segunda dosis: EMPRENDEDORES

Llevo días recibiendo llamadas y correos de personas con proyectos empresariales entre manos. Se trata de profesionales que ven oportunidades o que las quieren crear y que han adoptado una actitud positiva y proactiva frente al impulso depresivo y suicida en el que se encuentran sumidos una inmensa mayoría de profesionales y empresas. Todas estas personas con iniciativa y ganas tienen como denominador común el ansia de reinventar las cosas, de hacerlas diferentes. Ahí es donde se supone que yo debería ser capaz de ayudarles. A Javi, Olga, Deborah, Esperança, Carol, Joan. Francisco… Demostrad que hay cosas por hacer y que ya puestos las sabéis hacer diferentes apoyándoos en un concepto: INNOVACIÓN.

Tercera dosis: INDUSTRIALES 2.0 

Algunos industriales hablan, y no sólo de productos y tecnologías, también de cómo ven y entienden el mundo en el que vivimos. Incluso cuando hablan de productos y tecnologías, lo hacen de una forma diferente a los cánones tradicionales, casi siempre oscuros, aburridos y fríos, propios de una anquilosada e indiferenciada “imagen industrial”. Es más, algunos de estos industriales 2.0 sólo hablan tangencialmente de productos y tecnologías. Tienen otras muchas cosas importantes sobre las que conversar con un mundo cada vez más pequeño, próximo, sensible e inteligente. ¿Hablan y no lo hacen de sus productos? ¿Entonces cómo venden? Es que no quieren vender según criterios del siglo pasado. Lo que persiguen es la relación, la implicación, la participación, el intercambio, el conocimiento… Para marcar (esencia branding), diferenciar, posicionar, revalorizar, interesar, crear vínculos intensos… Gracias a este industrial, la industria se ha humanizado, y esto se consigue trasladando a la comunicación un concepto que están acostumbrados a utilizar (?) en la órbita de los productos: INNOVACIÓN.

Cuarta dosis: VISIONOMICS

Alfons Cornella, Fundador y CEO de Infonomía, acaba de presentar “Visionomics”, un libro sobre la nueva dinámica de las organizaciones. Ayer recibí el ejemplar (gràcies, Alfons i Lluís) con una dedicatoria que reza así: “A Lluís Lleida, porque todo está por hacer, y alguien ha de hacerlo”. La frase resume a la perfección la idea que subyace en el contenido del libro. Quien conozca o haya seguido a Cornella sabe que es una de las mentes más brillantes del país, que es una fuente inagotable de inspiración para el cambio y que es el más inquieto de todos los inquietos. Aunque apenas he terminado de leer las primeras páginas del libro, ya tengo que recomendarte su lectura. Al fin y al cabo, las 50 ideas que Cornella desarrolla en esta obra apoyan un concepto. ¿Adivinas cuál? INNOVACIÓN.

Gracias por leerme.
Lluís

4 de mayo de 2010
Ferran Adrià no tiene ni puta idea
(Tiempo estimado de lectura reflexiva: 2 minutos)

No, no lo digo yo, lo dice él y con estas palabras: “Lo único que sé es que no tengo ni puta idea de nada”. La frase la soltó durante su ponencia en el Día C del Club de Creativos. Me parece genial que alguien al que todos consideramos poco menos que un gurú de la innovación, la creatividad y, por supuesto, la deconstrucción, confiese públicamente que tal vez buena parte de su éxito esté basado en el desconocimiento. Dicho de otro modo –o al menos así lo interpreto yo- Adrià ha hecho lo que ha hecho desde la visión, el sueño, la imaginación, las ganas y, por supuesto, la persistencia que nace del fracaso. Creo que ahora entiendo porqué tan pocos son capaces de dar sentido pleno a los conceptos innovación y creatividad, y porqué aún menos son los que tienen la virtud de transformar sus frutos en realidades tangibles.
Sólo son capaces de CREAR, en mayúscula, un explorador de lo desconocido como Cook, un observador de la oscuridad como Einstein, un narrador del futuro como Verne o un marciano del caos como Adrià. Cook creó inimaginables rutas para la ciencia y el comercio; Einstein creó el principio cosmológico que abrió las puertas de la comprensión del Universo; Verne creó los límites físicos, geográficos y espaciales que la humanidad más tarde superaría; Adría creó resultados únicos y difícilmente repetibles a partir de la ilógica y el caos creativo.
Todos ellos y algunos otros son los que levantan el dedo y señalan el camino a seguir. Pero claro, cuando ese dedo del visionario se levanta en una sala que concentra a los principales ejecutivos de una multinacional… Es fácil imaginar la cara de póker que se les pone a las cúpulas de algunas empresas cuando Adrià pregunta sobre algo que para él ha sido y es vital para el desarrollo: las Auditorias Creativas. “En Telefónica me miraron como si fuera un marciano”. En estructuras y organizaciones orientadas al corto y medio plazo, a producir más y más o a capar cualquier iniciativa no nacida del entorno directivo, las auditorías nada tienen que ver con la creatividad. “¿De qué coño habla el cocinero?”, piensan incómodos.

Pues resulta que una Auditoria Creativa se define como momentos de reflexión en un estado de caos continuo que provocan grandes saltos cualitativos. De hecho, después de leer y reflexionar lo que dice Adrià al respecto, pienso que ahora es un gran momento para las Auditorías Creativas. Muchas pequeñas y medianas empresas, profesionales libres y también muchos ex empleados de las mismas están o deberían estar en pleno proceso de Auditoría Creativa. ¿Por qué? Primero, porque de ello puede depender su futuso. Segundo, porque los dos primeros condicionantes para que una Auditoría Creativa pueda darse están ahí: el desempleo o la disminución de la actividad está produciendo caos, por una parte, y otorgando tiempo, por otra.
El caos es el día a día en que se encuentra sumida la empresa que mira por subsistir o del ex empleado que debe hacer frente a su nueva realidad de desempleado. El tiempo es el fruto del desempleo o de la menor actividad comercial y productiva. La suma de lo uno y lo otro permiten o deberían permitir la generación de períodos de reflexión y replanteamiento que, de ser conscientes y trabajados, pueden considerarse Auditorías Creativas: motores para cambios trascendentales en las formas, los fondos y las vidas de las empresas y las personas.
Estos momentos de reflexión, estas desconexiones, son considerados por Adrià como vitales para El Bulli: el cierre voluntario durante seis meses al año responde a la necesidad de crear esos momentos de reflexión donde el caos corría a sus anchas a través de un tiempo que se medía en ideas y no en segundos.
Eso sí, como Ferran es sincero, reconoce que sus comentadísimos seis meses de puertas cerradas no fue una idea premeditada sino la respuesta lógica a la ausencia de visitantes en la Costa Brava durante los meses de otoño e invierno.
Ahora, Ferran Adrià y El Bulli se han tomado un momento de reflexión más largo. El resultado de esta nueva Auditoría Creativa en la que está inmerso puede ser espectacular. Tardaremos en saberlo. ¡Un crack!